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Percepción
Paul Stark Seeley
Un experto en física ha declarado que el ojo humano percibe tan sólo una cuarenta mil millonésima parte del universo material. ¡Qué inadecuado es, entonces, este órgano físico como medio para proporcionarnos información confiable! Una enorme mayoría de lo que pasa en el universo temporal que llamamos material el ojo nunca ve; y no se da por enterado para nada del universo espiritual permanente de la Mente divina. Pablo dice: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó…son las que Dios ha preparado para los que le aman” (I Cor. 2:9). ¿Dónde, entonces, se encuentra esa capacidad perceptiva que nos familiariza con Dios y Su Obra?
La Ciencia Cristiana invierte el testimonio de la materia, negando que el hombre mismo o los sentidos del hombre verdadero estén en la materia, y afirmando que el hombre verdadero y sus sentidos son la expresión de la Mente eterna y que está dotado de la permanencia de la Mente divina. A menudo se pasa por alto el importante hecho de que tiene que haber una Mente para tener sensibilidad. “Sólo la Mente posee todas las facultades, toda la percepción y comprensión” escribe la Sra. Eddy en el libro de texto de la Ciencia Cristiana (pág. 488). Sin Mente, no puede haber sentido de percepción. Percibir es una forma de actividad de la Mente.
La Sra. Eddy se refiere a Dios como “el que todo lo ve” (ibid. pág. 587). ¿Dónde tiene lugar la actividad de ver de Dios? Eso es como preguntar, ¿Dónde está expresada la Vida que es Dios? O, ¿Dónde se hace evidente el Amor que es Dios? Dios, la Mente, tiene uno y solamente un modo de expresión, a saber, Sus ideas. La verdadera individualidad de cada uno de nosotros es idea de Dios, y como tal, debe expresar la actividad perceptiva del Ego que todo lo ve. Esta actividad perceptiva de Dios, al igual que la actividad de Dios de saber y de amar, está operando eternamente en Sus ideas, se evidencia en ellas y es inseparable de ellas.
Este descubrimiento conduce a conclusiones importantes. La percepción verdadera del hombre es la expresión individualizada de lo que Dios ve, así como el vivir del hombre es la expresión individualizada del vivir de Dios. Por el hecho de que la vista del hombre es un modo individual de lo que Dios ve, su vista es tan sustancial y continua como lo es lo que Dios ve. La permanencia de la Mente divina y de todas sus facultades es conferida a su idea. Por lo tanto tenemos que alcanzar un entendimiento del hombre como idea de Dios.
En el orden divino, no puede haber vista defectuosa más de lo que puede haber Mente defectuosa, una inteligencia disminuida o un Dios que se ha quedado ciego. La verdadera percepción no puede deteriorarse más de lo que la actividad de Dios puede ser interrumpida, o la omniacción perpetua de la Mente puede mermar o ser abrogada.
Si una idea puede perder sus facultades perceptivas, o tenerlas menoscabadas, tal resultado evidenciaría un poder mayor que el de la Mente que todo lo ve. Dios ya no sería el que todo lo ve. La pérdida de la percepción aislaría la idea de las relaciones y asociaciones que caracterizan la unidad divinamente coordinada de las ideas de la Mente, y la indivisibilidad perpetua de Dios y Su universo.
Las facultades perceptivas permiten la habilidad para discernir la identidad de todas y cada una de las ideas de la Mente. El deterioro de estas facultades, si fuere posible, interrumpiría la unidad y la asociación inteligente de las ideas de Dios en una familia universal. En la continuidad eterna de la actividad perceptiva, expresada por las ideas de Dios, se evidencia la omniacción de la Mente que todo lo ve.
¿Qué es lo que arguye en contra de estas conclusiones? Los pensamientos materiales y la sensación física. ¿Cuánta confianza podemos adjudicar a ese testimonio? Ninguna. ¿Por qué? Porque es una negación de la norma divinamente inteligente de la vida y de la calidad de hombre, y es por lo tanto una negación, una mentira.
La mentira sostiene que hay otra mente, que se opone a Dios, el bien. Pretende que esta mente hace evolucionar a la materia y reside en la materia. Admite que tiene que haber mente para tener la capacidad de sentir o percibir, pero dice: soy mente, y estoy en la materia. Por ende, arguye que la facultad de sentir y de percibir está en la materia; que la vista y el oído son materiales. ¿Dónde está la falacia?
Justamente aquí: que la mente mortal carece de inteligencia, la cualidad esencial de la Mente; por eso jamás es la Mente. Llamarla mente es una contradicción del idioma. La Mente nunca es mortal. Debido a que nunca es Mente, la llamada mente mortal nunca tiene sensibilidad. Por carecer de sensibilidad, no puede dotar a un organismo sin mente, sin sustancia, de facultades que no posee.
Lo que parece ser visión deteriorada es una desviación cambiante de la mentira del error de que la mente y la sensibilidad están en la materia orgánica. Surgen problemas cuando creemos que somos lo que la mente mortal dice que somos -- su propia creación, condicionados por la materia y el sentido material y dependientes de ellos — en lugar de comprender que somos lo que Dios, la Mente divina, sabe que somos, es decir, Su idea eterna, incólume, que no puede deteriorarse, que ve lo que Él hace que veamos, no mediante la materia, sino a pesar de ella.
Nuestras asociaciones conscientes con otros y con la creación están siempre preservadas para nosotros debido a la habilidad de Dios para mantenerse a Sí Mismo y a Su propia habilidad de verlo todo. Todo el ser que tenemos, inclusive nuestra vista, está en Él y le pertenece a Él. La conciencia eterna del Uno infinito de Su infinita individualidad incluye las facultades perceptivas de cada idea.
La creencia, entonces, en visión imperfecta, que a veces se agranda a sí misma en un contagio popular, se debe primeramente a la noción equivocada de que la mente está en la materia, y que la percepción está por lo tanto en la materia y sufre destrucción o empeoro, que son las condiciones que siempre coinciden con el pensamiento mortal. Cuando se entiende que la Mente no está en la materia, se hace evidente que la vista tampoco está allí. La mentira de vista defectuosa debe entonces desaparecer, porque no tiene nada en que apoyarse.
Por más que la mente mortal, escondiéndose detrás de su efecto, pretende que los ojos ven, la Ciencia muestra que no es así. Solamente la tal llamada mente mortal cree que ve cosas materiales, aún cuando es la única que cree que conoce los pensamientos mortales. Cuando la mente mortal abandona el cuerpo que ella misma ha creado, el ojo no ve, aunque su estructura orgánica permanece inalterada.
A medida que se va obteniendo la verdadera percepción, los objetos temporales, que son los pensamientos mortales, los objetos de los sentidos materiales, gradualmente dejan lugar para las ideas permanentes de la Mente, que proporcionan evidencia y prueba de la existencia de Dios.
Cuando la mente mortal encuentra quien escuche su alegato de visión deteriorada, presiona su mentira con agresividad persistente. Se precisa percepción constante para mantener contacto con hombres, libros y cosas. Bajo el disfraz de necesidad, el sentido corporal intentaría forzarnos a aceptar el retroceso y la prolongación de su pretensión de que la materia primero da vista, después la quita, y por eso requiere lentes para que el hombre continúe viendo. A veces pretendería reforzar sus argumentos por comparación. Nos recuerda que un amigo, tal vez un practicista, está usando lentes. Nos susurra que para nosotros hacerlo no sería tan malo. De este modo emplea su engañosa naturaleza.
La comparación personal está más propensa a dejarnos en el santuario vano de la personalidad humana que hacernos avanzar en la dirección de Dios. La única obligación del hombre es la de ser hombre, la de representar y expresar a la Mente que todo lo ve. Lo que hacen los mortales, o lo que no parecen hacer, no puede cambiar lo que el hombre tiene que hacer.
Si el uso de medios temporales para ayudar a la visión humana parece ser para algunos el menor de dos males por el momento, recordemos que tales medios pueden ser sólo temporales. El individuo jamás debiera contentarse hasta que tales medios hayan cedido a la percepción perfecta concedida por Dios. Dar a la mentira de percepción debilitada un lugar permanente en nuestro hogar mental, es abrigar una negación de la naturaleza de Dios.
Obtenemos la percepción verdadera a medida que adoptamos la Mente de Cristo, la conciencia divina que sabe que Dios es Todo-en-todo. Debido a que Jacobo poseía esta mentalidad espiritual en cierta medida, pudo percibir los ángeles, las ideas de Dios, en su armoniosa actividad celestial.
Fue esta conciencia la que le permitió a Daniel y a Juan discernir las visiones apocalípticas, tan indicativas de la sustancialidad de las cosas que el sentido físico no ve. La transfiguración mostró la habilidad de la percepción verdadera para ver más allá de las nubes del sentido terrenal y encontrar la asociación consciente con Moisés y Elías, a pesar de los muchos siglos transcurridos, así evidenciándose la indivisibilidad de la familia de Dios.
Transfiguração de Jesus
Los medios de que se vale la percepción verdadera no son los ojos buenos sino los buenos pensamientos. Si se albergan buenos pensamientos, el resultado es buenos ojos. Puesto que la percepción es una facultad de la Mente divina y le es inherente a ella, estamos conscientes de eso sólo en el grado en que somos uno con la Mente divina. Estamos conscientemente unidos a la Mente divina solamente a medida que nuestros pensamientos son los pensamientos de esa mente.
La conciencia debe volverse conscientemente semejante a Dios, debe expresar amor, bondad, altruismo, pureza, honestidad, espiritualidad. Mientras la crítica, la condenación, el odio, la deshonestidad, el egoísmo, el pecado y el temor moren en los pensamientos ¿cómo puede conocerse a la percepción divina? Dios no ve nada de eso, y el hombre expresa lo que Él ve. Nuestra querida Guía nos hace tres preguntas al comienzo del himno de comunión (298). Cada una de ellas está relacionada con la percepción:
¿A Cristo viste? ¿Su voz oíste?
¿Sientes del Verbo el poder?
Las tres líneas que siguen señalan el camino que, si se sigue, nos capacitará para contestarlas correctamente.
La verdad nos libertó,
y la hallamos tú y yo
en la vida y amor del Señor.
[Sacado del The Christian Science Journal, Volumen 44, pág. 137]
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Paul Stark Seeley nasceu em Poughkeepsie, Nova Iorque, formou-se pela Universidade de Princeton e Harvard Law School, mudou-se para Oregon em 1910.
Depois que sua mãe se recuperou de uma doença através de tratamento metafísico, ficou interessado pela Ciência Cristã, dedicando a maior parte de sua vida para esta Causa.
Recebeu instrução em Classe Normal de Ciência Cristã, em 1919, da Sra. Ella W. Hoag CSD, que tinha sido aluna de Mary Baker Eddy.
Trabalhou como membro do Comitê de Publicação da Ciência Cristã no Oregon entre 1912 a 1915, sendo primeiro leitor da Primeira Igreja de Portland de 1915 a 1916. Foi editor associado dos periódicos da Ciência Cristã de 1942 a 1948, servindo como Presidente de A Igreja Mãe de 1944 a 1945. Membro do Conselho de Conferências da Ciência Cristã de 1916 a 1942 e de 1948 a 1966.
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