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Colagens de Barry Kite
"El hombre, moviéndose en la orbita de la mejor
intención de Dios, nunca está solo. Es consciente de la actividad del
Principio junto a él; siente el ánimo de la inmortalidad en toda su identidad;
refleja el propósito divino como el latido innato de su ser. Está consciente de
la omnisciencia, activo con la omnipotencia, y existe con la
omnipresencia." Julia M. Johnston
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Las órbitas de Dios
Julia
M. Johnston
El
universo de Dios con su orden científico se está poniendo más en evidencia en
esta época de investigación, invención y progreso religioso. A medida que el
pensamiento humano va abandonando las creencias falsas sobre la materia, el
tiempo y el espacio, se desarrollan esferas más amplias de percepción y acción.
Esta tierra no es el horizonte del conocimiento. La sabiduría sobre las huestes
del cielo se está multiplicando. Se le está prestando una atención más profunda
al relato espiritual de la creación en el primer capítulo del Génesis.
En
el grado en que el estudiante escudriña cuidadosamente este capítulo inicial de
la Santa Biblia y su interpretación científica en Ciencia y Salud por Mary
Baker Eddy, destacan dos hechos que son apropiados para la era espacial actual.
El primero es que Dios, la Mente suprema, es el único creador; y el segundo es
que al concebir sus ideas, la Mente incluye en cada una de ellas su propósito
eterno.
Dios
crea ideas de existencia, y si éstas no fueran acompañadas de propósito y
control por toda la eternidad, su funcionamiento sería infructuoso. Tiene que
haber utilidad continua para todo lo que Dios produce. Puesto que la Mente
creadora es el origen del universo, éste tiene que ser lo máximo, lo que
incluye todo. Esto implica que las ideas que emanan de la Mente divina
permanecen eternamente dentro de las órbitas de la intención que Dios tiene
para ellas.
Toda
identidad verdadera, desde la más diminuta hasta la inmensidad, vive y se mueve
en conformidad con la ley de Dios de la perfección inmutable. La ley de la
atracción espiritual hace imposible que cualquier poder pueda sacar estas
emanaciones de los circuitos que Dios les ha asignado, como partes permanentes
del universo del bien que no tiene fin.
Su posición está fija y no puede ser
invadida. El error no podría vivir en la atmósfera del Espíritu, pero las ideas
de Dios se embeben de su esencia santa y prosperan en ella. Colocadas
triunfalmente en la órbita del propósito esencial para cada una, toda idea
divina mantiene su curso constante y sin desviarse. Por toda la eternidad,
persiste en su carrera ordenada y dirigida por Dios.
El
impulso de cada concepto divino en la senda trazada por la Mente, en la
vastedad de la infinitud, se lleva a cabo con las energías del Espíritu. Estas
fuerzas son indestructibles, jamás permiten que la obra del Creador no llegue a
su meta, que carezca del sustento esencial, ni que sea nulificada. El orden
divino en toda la esfera de acción de la Mente nunca alcanza una etapa final,
sino que siempre desarrolla el círculo de acontecimientos celestiales.
La
Mente lanza sus ideas en órbitas que jamás son experimentales ni defectuosas.
El primer capítulo del Génesis declara en términos inequívocos: “Vio Dios todo
lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (1:31). Esta
consumación ha durado desde antes del comienzo de la historia de la humanidad
hasta ahora, y contiene en sí misma los elementos de continuidad eterna. Dado
que la tierra y la luna siempre se mantienen en sus cursos, es lógico aceptar
que el hombre, el punto culminante de la creación, tiene que permanecer
desarrollando perpetuamente el señorío divino que se le ha concedido.
La
Sra. Eddy, al escribir sobre el control que la Mente tiene sobre todo lo que
realmente existe, dice en Escritos Misceláneos: “Esta Mente, entonces, no está
sujeta a desarrollo, cambio o disminución, sino que es la inteligencia divina,
o Principio, de todo el ser real, que mantiene al hombre eternamente en el
ciclo rítmico de una felicidad creciente, como testigo viviente e idea perpetua
del bien inagotable” (págs. 82-83). En esta declaración del origen divino y
esencia del hombre se indica la predestinación de su unidad eterna con Dios.
Las
órbitas de Dios no son canales limitados dentro de los que se confinan Sus
ideas, sino oportunidades divinamente delineadas para reflejar la infinitud de
la Mente. La seguridad científica de procedimiento impregna su atmósfera. La
Mente no puede propagar sus ideas en un ambiente desemejante a sí misma en
esencia, para que vaguen erráticamente por el tiempo, sino que las encauza
precisamente por toda la eternidad.
El
Maestro, Cristo Jesús habló de su identidad espiritual diciendo que provenía
del Padre, haciendo siempre esas cosas que complacían al Padre y volviendo al
Padre. Los hijos de Dios no se sambullen de cabeza en el mar de su propia
destrucción, sino que se mueven en armonía con lo que su Creador sabe de
antemano. No pueden desviarse hacia caminos engañosos, porque nunca están
separados de la voluntad de Dios. El primer capítulo del Génesis es un relato
de la creación tan verdadero actualmente como lo fue cuando se escribió por
primera vez.
Los
intentos actuales de lanzar naves espaciales para explorar nuevas esferas
indican enfoques más cercanos a descubrimientos del orden divino. Pero ni las
invenciones modernas ni el impulso humano para investigar el espacio, pueden en
sí mismos interpretar suficientemente al infinito.
Alturas, profundidades y
distancias desconocidas de materia jamás pueden revelar la Verdad primordial.
Sólo la Ciencia divina realmente puede atravesar la inmensidad e informar de la
presencia del reino de los cielos por todo el espacio. Mediante la purificación
de la conciencia humana, el pensamiento se eleva a la atmósfera de lo primario
y último, el Todo eterno.
San
Juan, en la Isla de Patmos, escribió que veía “un cielo nuevo y una tierra
nueva,” (Apoc. 21:1) y lo que sucedía en ellos. Evidentemente contemplaba más
de la naturaleza de la realidad que el conocimiento humano de los últimos
siglos ha podido explicar. Y la Sra. Eddy, al referirse a su descubrimiento de
la Ciencia divina, escribe en Retrospección e Introspección: “La mano divina me
condujo a un nuevo mundo de luz y Vida, un nuevo universo –viejo para Dios,
pero nuevo para su ‘pequeña’” (págs. 27-28).
Después amplió esta declaración
con la profecía siguiente en Púlpito y Prensa: “Quien vive en el bien, vive
también en Dios, --vive en toda la Vida, a través de todo el espacio”(pág. 4).
El
género humano ha sido entrenado durante siglos para creer que el hombre se ha
alejado de Dios y caído en la mortalidad. Allí se supone que se mueve en
órbitas hechas por él, que experimenta incertidumbre, fracaso, pecado,
sufrimiento, limitación en todo sentido, y muerte. Todo esto es una conjetura
falsa, porque no puede haber ninguna existencia aparte de Dios, que es Vida
infinita.
La Ciencia Cristiana ha venido para restaurar
a todos los hombres la comprensión de la siempre contínua coexistencia de Dios
y el hombre. Al prestar atención a esta revelación de la Verdad, la conciencia
humana despierta a la posibilidad de moverse más allá de la atmósfera de la
materia al conocimiento consciente de la existencia espiritual.
El
reconocimiento de la existencia del hombre de acuerdo con el propósito que
tiene la Mente para él, abraza a la humanidad paso por paso en la verdad de su
propia demostración de inmortalidad. El pensamiento humano despierto se encontrará
liberado de las llamadas leyes de la materia, la mente mortal y el mal, de la
atracción aparente del magnetismo animal y el hipnotismo de las sugestiones
mentales agresivas, y sostiene las leyes supremas de la Vida y el Amor.
Una
ilustración de esto se puede encontrar en la vida del Maestro cuando caminó
sobre el mar. Debido a que Jesús conocía y aceptaba la supremacía del Espíritu
que abarca al universo y al hombre, fue liberado de la suposición falsa de la
mente mortal, e incluido en la demostración divina. Ni el Jesús humano ni el
Cristo, su identidad real, se hundieron en las olas.
Jesús no fue dejado como
víctima de las aceptadas leyes de la gravitación, el peligro o la destrucción.
Lo humano no fue ignorado, descuidado ni abandonado a la muerte. Como Jesús
confiaba en la verdad del hombre, formó parte de la intención suprema de la
Vida para él, fue mantenido a salvo y seguro con el Cristo, ejerciendo señorío
y libertad.
¡Cuán
inalterable era la manera de actuar del Maestro tanto divina como humanamente!
Porque conocía y recurría a su verdadera identidad como Hijo de Dios, su
experiencia humana triunfó sobre todo intento del error de involucrarlo en la
discordia o el desastre. Esta sabiduría espiritual le impidió que cometiera
errores, que perdiera el tiempo en actividades infructíferas, de que fallara en
su misión más elevada.
Siempre la verdad acerca del hombre moviéndose dentro
del alcance del propósito de Dios, lo llevó a la cumbre de la demostración por
encima de todo sentido material. Nada podía quitarle su derecho de nacimiento o
destino divinos. Vino a mostrarnos cómo seguir el mismo camino lleno de
propósito que siguió él.
Esperando
a nuestra puerta están los métodos espirituales de la existencia, a saber, la
experiencia que evoluciona de la infinitud, la libertad que se eleva a partir
de un entendimiento de la irrealidad de la materia. El hoy le ofrece a los
hombres oportunidades para despojarse de muchos pesos terrenales, de cambiar
las creencias antiguas por las realidades espirituales.
La potencia de la
Ciencia divina se expresa mediante leyes espirituales. A medida que se van
demostrando, las ideas verdaderas salen a la superficie con el estudio y la
revelación, entonces la avanzada de la exploración científica preparada
divinamente, alcanza más allá de la atmósfera de la materialidad para tocar el
reino de la inmortalidad.
El
estudiante sincero de las matemáticas considera que la aritmética es sólo el
primer paso en su estudio y práctica. Del mismo modo el Científico Cristiano
aspira a lograr y demostrar cada vez más el cálculo de lo infinito. Cada visión
nueva del orden divino, lo capacita para conocer con mayor claridad su
identidad como Hijo de Dios.
Entonces la lucha por seguir caminos
autodelineados empieza a cesar, junto con sus decepciones, desilusiones y
limitaciones frustrantes. En su lugar, brilla la presencia del Amor divino, que
nunca ha dejado que el hombre haga su propia vida, sino que ha planeado y
preservado el funcionamiento del reino de los cielos dentro de él para siempre.
Estar
conscientes del propósito divino, cuidando y guiando el progreso del hombre,
capacita a los hombres para dejar de creer en el azar, la voluntad humana, el
destino malvado o el sentido personal como los árbitros de la experiencia de la
gente. Trae una paz profunda, confianza y receptividad al control divino, que
surte efectos infinitamente más grandiosos que los que los que les es posible
lograr a los mortales.
Una
conciencia tal quita el temor, la desesperanza o la resignación al destino,
revelando así la gloria de la existencia celestial, aquí y en todas partes. El
hombre, moviéndose en la orbita de la mejor intención de Dios , nunca está
solo. Es consciente de la actividad del Principio junto a él; siente el ánimo
de la inmortalidad en toda su identidad; refleja el propósito divino como el
latido innato de su ser. Está consciente de la omnisciencia, activo con la
omnipotencia, y existe con la omnipresencia.
Julia Michael
Johnston foi cientista cristã ao longo de sua
vida - conheceu a Ciência Cristã durante os primeiros anos do movimento. Sua mãe, Annie
R. Michael, frequentou a segunda Classe Normal de Ciência Cristã lecionada por Mary Baker Eddy no ano 1887 (fevereiro/outubro).
Julia Michael Johnston foi aluna de sua mãe em Classe Primária da Ciência Cristã e se tornou praticista, listado no The Christian Science
Journal, em 1913. Seu professor de Classe
Normal foi o Juiz Clifford P. Smith, graduando-se como professora de Ciência Cristã em 1916.
O Juiz Clifford P. Smith, CSB foi aluno de Edward A. Kimball, CSD, em Classe Primária, e de Bicknell Young, CSB, em Classe Normal de Ciência Cristã. O professor de Bicknell Young tinha sido aluno de Kimball em Classe Primária no ano de 1895 e em Classe Normal em 1901.
Julia M. Johnston ensinou em Classe Normal no ano de 1940. Trabalhou como praticista da Ciência Cristã em Lockport e Buffalo de 1913 até 1923, então se mudou para Nova York onde morou e praticou Ciência Cristã.
Escreveu uma série de artigos sobre duas crianças criadas na Ciência Cristã, que mais tarde foi transformada em um livreto intitulado Elizabeth e Andy. Também escreveu a biografia de Mary Baker Eddy intitulado Mary Baker Eddy: sua missão e triunfo, publicado em 1946.
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