sexta-feira, 29 de janeiro de 2016

LAS ÓRBITAS DE DIOS

 ________________________________________


Colagens de Barry Kite


"El hombre, moviéndose en la orbita de la mejor intención de Dios, nunca está solo. Es consciente de la actividad del Principio junto a él; siente el ánimo de la inmortalidad en toda su identidad; refleja el propósito divino como el latido innato de su ser. Está consciente de la omnisciencia, activo con la omnipotencia, y existe con la omnipresencia." Julia M. Johnston

_____________________________



Las órbitas de Dios



Julia M. Johnston





El universo de Dios con su orden científico se está poniendo más en evidencia en esta época de investigación, invención y progreso religioso. A medida que el pensamiento humano va abandonando las creencias falsas sobre la materia, el tiempo y el espacio, se desarrollan esferas más amplias de percepción y acción. Esta tierra no es el horizonte del conocimiento. La sabiduría sobre las huestes del cielo se está multiplicando. Se le está prestando una atención más profunda al relato espiritual de la creación en el primer capítulo del Génesis.

En el grado en que el estudiante escudriña cuidadosamente este capítulo inicial de la Santa Biblia y su interpretación científica en Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy, destacan dos hechos que son apropiados para la era espacial actual. El primero es que Dios, la Mente suprema, es el único creador; y el segundo es que al concebir sus ideas, la Mente incluye en cada una de ellas su propósito eterno.

Dios crea ideas de existencia, y si éstas no fueran acompañadas de propósito y control por toda la eternidad, su funcionamiento sería infructuoso. Tiene que haber utilidad continua para todo lo que Dios produce. Puesto que la Mente creadora es el origen del universo, éste tiene que ser lo máximo, lo que incluye todo. Esto implica que las ideas que emanan de la Mente divina permanecen eternamente dentro de las órbitas de la intención que Dios tiene para ellas.

Toda identidad verdadera, desde la más diminuta hasta la inmensidad, vive y se mueve en conformidad con la ley de Dios de la perfección inmutable. La ley de la atracción espiritual hace imposible que cualquier poder pueda sacar estas emanaciones de los circuitos que Dios les ha asignado, como partes permanentes del universo del bien que no tiene fin. 

Su posición está fija y no puede ser invadida. El error no podría vivir en la atmósfera del Espíritu, pero las ideas de Dios se embeben de su esencia santa y prosperan en ella. Colocadas triunfalmente en la órbita del propósito esencial para cada una, toda idea divina mantiene su curso constante y sin desviarse. Por toda la eternidad, persiste en su carrera ordenada y dirigida por Dios.

El impulso de cada concepto divino en la senda trazada por la Mente, en la vastedad de la infinitud, se lleva a cabo con las energías del Espíritu. Estas fuerzas son indestructibles, jamás permiten que la obra del Creador no llegue a su meta, que carezca del sustento esencial, ni que sea nulificada. El orden divino en toda la esfera de acción de la Mente nunca alcanza una etapa final, sino que siempre desarrolla el círculo de acontecimientos celestiales.

La Mente lanza sus ideas en órbitas que jamás son experimentales ni defectuosas. El primer capítulo del Génesis declara en términos inequívocos: “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (1:31). Esta consumación ha durado desde antes del comienzo de la historia de la humanidad hasta ahora, y contiene en sí misma los elementos de continuidad eterna. Dado que la tierra y la luna siempre se mantienen en sus cursos, es lógico aceptar que el hombre, el punto culminante de la creación, tiene que permanecer desarrollando perpetuamente el señorío divino que se le ha concedido.

La Sra. Eddy, al escribir sobre el control que la Mente tiene sobre todo lo que realmente existe, dice en Escritos Misceláneos: “Esta Mente, entonces, no está sujeta a desarrollo, cambio o disminución, sino que es la inteligencia divina, o Principio, de todo el ser real, que mantiene al hombre eternamente en el ciclo rítmico de una felicidad creciente, como testigo viviente e idea perpetua del bien inagotable” (págs. 82-83). En esta declaración del origen divino y esencia del hombre se indica la predestinación de su unidad eterna con Dios.

Las órbitas de Dios no son canales limitados dentro de los que se confinan Sus ideas, sino oportunidades divinamente delineadas para reflejar la infinitud de la Mente. La seguridad científica de procedimiento impregna su atmósfera. La Mente no puede propagar sus ideas en un ambiente desemejante a sí misma en esencia, para que vaguen erráticamente por el tiempo, sino que las encauza precisamente por toda la eternidad.

El Maestro, Cristo Jesús habló de su identidad espiritual diciendo que provenía del Padre, haciendo siempre esas cosas que complacían al Padre y volviendo al Padre. Los hijos de Dios no se sambullen de cabeza en el mar de su propia destrucción, sino que se mueven en armonía con lo que su Creador sabe de antemano. No pueden desviarse hacia caminos engañosos, porque nunca están separados de la voluntad de Dios. El primer capítulo del Génesis es un relato de la creación tan verdadero actualmente como lo fue cuando se escribió por primera vez.

Los intentos actuales de lanzar naves espaciales para explorar nuevas esferas indican enfoques más cercanos a descubrimientos del orden divino. Pero ni las invenciones modernas ni el impulso humano para investigar el espacio, pueden en sí mismos interpretar suficientemente al infinito. 

Alturas, profundidades y distancias desconocidas de materia jamás pueden revelar la Verdad primordial. Sólo la Ciencia divina realmente puede atravesar la inmensidad e informar de la presencia del reino de los cielos por todo el espacio. Mediante la purificación de la conciencia humana, el pensamiento se eleva a la atmósfera de lo primario y último, el Todo eterno.

San Juan, en la Isla de Patmos, escribió que veía “un cielo nuevo y una tierra nueva,” (Apoc. 21:1) y lo que sucedía en ellos. Evidentemente contemplaba más de la naturaleza de la realidad que el conocimiento humano de los últimos siglos ha podido explicar. Y la Sra. Eddy, al referirse a su descubrimiento de la Ciencia divina, escribe en Retrospección e Introspección: “La mano divina me condujo a un nuevo mundo de luz y Vida, un nuevo universo –viejo para Dios, pero nuevo para su ‘pequeña’” (págs. 27-28). 

Después amplió esta declaración con la profecía siguiente en Púlpito y Prensa: “Quien vive en el bien, vive también en Dios, --vive en toda la Vida, a través de todo el espacio”(pág. 4).

El género humano ha sido entrenado durante siglos para creer que el hombre se ha alejado de Dios y caído en la mortalidad. Allí se supone que se mueve en órbitas hechas por él, que experimenta incertidumbre, fracaso, pecado, sufrimiento, limitación en todo sentido, y muerte. Todo esto es una conjetura falsa, porque no puede haber ninguna existencia aparte de Dios, que es Vida infinita.

 La Ciencia Cristiana ha venido para restaurar a todos los hombres la comprensión de la siempre contínua coexistencia de Dios y el hombre. Al prestar atención a esta revelación de la Verdad, la conciencia humana despierta a la posibilidad de moverse más allá de la atmósfera de la materia al conocimiento consciente de la existencia espiritual.

El reconocimiento de la existencia del hombre de acuerdo con el propósito que tiene la Mente para él, abraza a la humanidad paso por paso en la verdad de su propia demostración de inmortalidad. El pensamiento humano despierto se encontrará liberado de las llamadas leyes de la materia, la mente mortal y el mal, de la atracción aparente del magnetismo animal y el hipnotismo de las sugestiones mentales agresivas, y sostiene las leyes supremas de la Vida y el Amor.

Una ilustración de esto se puede encontrar en la vida del Maestro cuando caminó sobre el mar. Debido a que Jesús conocía y aceptaba la supremacía del Espíritu que abarca al universo y al hombre, fue liberado de la suposición falsa de la mente mortal, e incluido en la demostración divina. Ni el Jesús humano ni el Cristo, su identidad real, se hundieron en las olas. 

Jesús no fue dejado como víctima de las aceptadas leyes de la gravitación, el peligro o la destrucción. Lo humano no fue ignorado, descuidado ni abandonado a la muerte. Como Jesús confiaba en la verdad del hombre, formó parte de la intención suprema de la Vida para él, fue mantenido a salvo y seguro con el Cristo, ejerciendo señorío y libertad.

¡Cuán inalterable era la manera de actuar del Maestro tanto divina como humanamente! Porque conocía y recurría a su verdadera identidad como Hijo de Dios, su experiencia humana triunfó sobre todo intento del error de involucrarlo en la discordia o el desastre. Esta sabiduría espiritual le impidió que cometiera errores, que perdiera el tiempo en actividades infructíferas, de que fallara en su misión más elevada. 

Siempre la verdad acerca del hombre moviéndose dentro del alcance del propósito de Dios, lo llevó a la cumbre de la demostración por encima de todo sentido material. Nada podía quitarle su derecho de nacimiento o destino divinos. Vino a mostrarnos cómo seguir el mismo camino lleno de propósito que siguió él.

Esperando a nuestra puerta están los métodos espirituales de la existencia, a saber, la experiencia que evoluciona de la infinitud, la libertad que se eleva a partir de un entendimiento de la irrealidad de la materia. El hoy le ofrece a los hombres oportunidades para despojarse de muchos pesos terrenales, de cambiar las creencias antiguas por las realidades espirituales. 

La potencia de la Ciencia divina se expresa mediante leyes espirituales. A medida que se van demostrando, las ideas verdaderas salen a la superficie con el estudio y la revelación, entonces la avanzada de la exploración científica preparada divinamente, alcanza más allá de la atmósfera de la materialidad para tocar el reino de la inmortalidad.

El estudiante sincero de las matemáticas considera que la aritmética es sólo el primer paso en su estudio y práctica. Del mismo modo el Científico Cristiano aspira a lograr y demostrar cada vez más el cálculo de lo infinito. Cada visión nueva del orden divino, lo capacita para conocer con mayor claridad su identidad como Hijo de Dios. 

Entonces la lucha por seguir caminos autodelineados empieza a cesar, junto con sus decepciones, desilusiones y limitaciones frustrantes. En su lugar, brilla la presencia del Amor divino, que nunca ha dejado que el hombre haga su propia vida, sino que ha planeado y preservado el funcionamiento del reino de los cielos dentro de él para siempre.

Estar conscientes del propósito divino, cuidando y guiando el progreso del hombre, capacita a los hombres para dejar de creer en el azar, la voluntad humana, el destino malvado o el sentido personal como los árbitros de la experiencia de la gente. Trae una paz profunda, confianza y receptividad al control divino, que surte efectos infinitamente más grandiosos que los que los que les es posible lograr a los mortales.

Una conciencia tal quita el temor, la desesperanza o la resignación al destino, revelando así la gloria de la existencia celestial, aquí y en todas partes. El hombre, moviéndose en la orbita de la mejor intención de Dios , nunca está solo. Es consciente de la actividad del Principio junto a él; siente el ánimo de la inmortalidad en toda su identidad; refleja el propósito divino como el latido innato de su ser. Está consciente de la omnisciencia, activo con la omnipotencia, y existe con la omnipresencia.


Julia Michael Johnston foi cientista cristã ao longo de sua  vida - conheceu a Ciência Cristã  durante os primeiros anos do movimento. Sua mãe, Annie R. Michael,  frequentou a segunda Classe Normal de Ciência Cristã lecionada por  Mary Baker Eddy  no ano 1887 (fevereiro/outubro).

Julia Michael Johnston foi aluna de sua mãe em Classe Primária da Ciência Cristã  e  se  tornou  praticista, listado no The Christian Science Journal, em 1913. Seu professor de   Classe Normal foi o Juiz  Clifford P. Smith, graduando-se como  professora de Ciência Cristã em 1916. 

O  Juiz   Clifford P. Smith, CSB foi aluno de Edward A. Kimball, CSD,  em Classe Primária,  e de Bicknell Young, CSB, em Classe Normal de Ciência Cristã. O professor de Bicknell Young tinha sido aluno de Kimball em Classe Primária no ano de 1895 e em Classe Normal em 1901.

Julia M. Johnston ensinou em   Classe Normal no ano de 1940. Trabalhou como  praticista da Ciência Cristã em Lockport e Buffalo de 1913 até 1923,  então se mudou para Nova York  onde  morou   e praticou Ciência Cristã. 

Escreveu uma série de artigos sobre duas crianças criadas na Ciência Cristã, que mais tarde foi transformada em um livreto intitulado Elizabeth e Andy. Também escreveu a biografia de  Mary Baker Eddy intitulado Mary Baker Eddy: sua  missão e triunfo,  publicado em 1946.

 _________________________________